En aquella región meridional, de clima atemperado,
nada más barruntarse la llegada de la primavera dos tallos silvestres
comenzaron a crecer juntos, uno al lado del otro. Tan sólo unos días después,
sobre el extremo superior de uno de ellos brotó el terciopelo rojo de una
hermosa amapola. El otro tallo, sin embargo, siguió creciendo hasta doblar en
altura al primero, pero sin dar ninguna flor. Este le preguntó un día a la
amapola:
-¿Qué eres?
-Una amapola
-respondió la amapola-.
-¿Y cómo te
llamas? -Volvió a preguntar el tallo-.
-Appassionata.
¿Y tú? -se interesó ahora la delicada flor-.
-Yo sólo soy
un tallo -contestó el tallo,
cabizbajo al no verse reflejado en ninguna de las plantas que ya habían
florecido a su alrededor-.
-¿Y cómo te
llamas?
-No sé.
-Te llamarás
"Tosco" -dijo la amapola-.
Porque ese nombre le va de perlas a tu
aspecto.
Y es que el tallo no era en realidad otra cosa que
una vara verdusca y tosca, cubierta de espinas, cuya apariencia chocaba
sobremanera con la candorosa belleza que florecillas de diversas especies
aportaban a aquella colorida mancha de vegetación primaveral.
Entre Tosco y Appassionata se estableció una
emotiva amistad, sustentada principalmente por la gratitud que el tallo siempre
guardó a la amapola porque, siendo tan excelsa, se hubiese preocupado de
buscarle un nombre apropiado para él. No teniendo que dedicarse al cuidado de
una bonita flor que pendiese de él, como le ocurría a las otras plantas, el
tallo dedicaba casi todo su tiempo a filosofar sobre la naturaleza de las relaciones
afectivas, y había comprendido que en la algoritmia que las rige cuenta mucho
más saber escuchar con interés a los demás cuando te hablan de sí mismos, que
cualquier otro atributo personal que puedas ofrecerles en su beneficio, por muy
evidente que éste pueda ser.
El subordinó su vida a complacer esa amistad de
manera espontánea e incondicional, y así llegó a conocer y dominar las reglas
del buen amigo. Tosco se interesaba siempre por el estado de su amiga y la
invitaba, con suma discreción, a que le hablase constantemente de ella. Pero
Tosco nunca hablaba de sí mismo. Ella, tan presumida como todas las amapolas,
se encontraba encantada con los derroteros de aquella relación y, complacida en
hablar constantemente de sí misma, rara vez se preocupó de corresponder de la
misma manera al interés con que él se preocupaba por ella. Pero a Tosco no le
importaba, porque para él era mucho más importante que Appassionata lo tuviese
a él por su amigo que ella se sintiese a sí misma como amiga suya; y había comprendido
que para conseguirlo no había otro recurso más apropiado que esta forma de
proceder. Todo lo que la vida le había negado era suplido con creces por la
suerte de tener siempre a su lado a una flor tan hermosa, que además era su
amiga.
Pero poco habría de durar la alegría de aquella
amistad, porque a las pocas semanas de entablarse la amapola comenzó a
encontrarse mal. Sintió que la savia se le espesaba y sus pétalos comenzaron a
ennegrecerse y debilitarse. Todo ocurrió muy deprisa, como quien dice, de un
día para otro. El dulce soplo de la brisa del atardecer y la oscilación más
leve de la temperatura que se dio de madrugada se convirtieron en inclemencias
letales para Appassionata, que en tan sólo unas horas fue perdiendo, uno a uno,
todos sus pétalos y se marchitó. Sumido en su pesar, Tosco descubrió que en
esta vida no hay una desdicha tan grande que pueda compararse a la de la muerte
de tu mejor amigo, aunque sólo seas el tallo de una planta silvestre.
No sabemos cuánto tiempo pasó desde la muerte de
Appassionata cuando sucedió lo que vamos a narrar a continuación. ¿Varios
días?, ¿unas semanas?, ¿algún mes?. En todo caso, una eternidad para la más
voluble de las cuatro estaciones del año. Ensimismado en el recuerdo de su
amiga, Tosco vivió ajeno a todos los cambios que fueron sucediéndose en su
entorno. Pero una mañana, cuando la luz del sol, tenue aún, no era más que una
caricia que confortaba cuanto rozaba con sus tibios rayos, Tosco escuchó que
alguien se dirigía a él.
-¿Por qué
estás triste?
A Tosco le importunó que se le quisiese sacar de su
aislamiento y no atendió a la pregunta; pero otras voces repitieron
literalmente la misma pregunta, como un eco de la primera.
-¿Por qué
estás triste?
-¿Por qué
estás triste?
-¿Por qué
estás triste?
-¿Por qué estás
triste?
A pesar de la contrariedad, Tosco se sintió en la
obligación de prestar atención a quienes se interesaban por él con tanta
vehemencia; y, obligado por las normas de la cortesía, se permitió abandonar su
obstinado recogimiento por primera vez desde que perdiese a su amiga, pero con
desgana y con la intención de volver a su letargo emocional cuanto antes.
Cuando Tosco recobró mínimamente los sentidos y volvió a fijarse en su entorno,
descubrió que su hábitat se había transformado sensiblemente y que ahora estaba
rodeado por cinco cardos borriqueros, que formaban un corro alrededor suya.
Eran las flores más hermosas que había visto nunca, más hermosas incluso que
las amapolas, a excepción hecha de Appassionata. Cada uno irradiaba un luminoso
haz de pétalos violetas que lo dejaron impresionado. “Son como arcos iris de un solo color”, pensó.
Con voz queda, Tosco fue relatando la historia de
su vida, recreándose en el recuerdo de los días gozosos que pasó junto a
Appassionata, su adorada amiga, su única amiga, en cuya compañía conoció la
felicidad. Y la hondura con que relató la desgracia de su muerte afligió a los
cardos de tal manera que diríase que ellos también la conocieron y amaron tanto como él. Tosco finalizó su relato diciendo:
-Puede que
creciésemos juntos por mera casualidad, pero ella me quiso de verdad, ella fue
mi amiga de verdad -y, convencido de
que exponía un argumento incontestable, insistía en que la amapola se ocupó de
buscarle un nombre que le fuese a su aspecto, cuando nada la obligaba a tomarse
esa molestia-. Cuando se marchitó le
prometí que nunca la olvidaría y que la perpetuidad de mi dolor sería la forma
que mi gratitud adoptaría para devolverle todos los favores que ella me brindó
en su corta vida. Y decidí enajenarme del mundo contemplativo de las plantas y
recluirme el resto de mis días en la oscuridad de mis raíces, para evitar que
nada pudiera distraerme de mi propósito.
Resultó difícil romper el silencio que siguió al
relato de Tosco, pero los cardos notaron que al tallo se le había reblandecido
el alma tras desahogarse por primera vez desde la muerte de Appassionata y
sabían que eso les daba la oportunidad que necesitaban. Uno de los cardos tomó
la iniciativa:
-Los dolores
del alma no se miden por la intensidad con que nos golpean ni por su duración,
sino por la grandeza de su origen. Y la honestidad de tu dolor es innegable y
el mejor homenaje que puedes ofrecer a la memoria de Appassionata. No tienes
por qué martirizarte más, debes abandonar tu aislamiento y someterte a la dulce
transformación que el tiempo opera en nuestro ánimo. Ha llegado la hora de que
recuperes la ilusión por vivir y ocupes el puesto que la vida te ha asignado.
Porque tú naciste para ser el rey de esta pradera y nosotros te necesitamos.
Tosco no había dudado de la sinceridad con que los
cardos se habían interesado por él, por lo que estas palabras no pudo
tomárselas como una burla, pero sí lo dejaron absolutamente desconcertado.
-No os
entiendo. Cómo podéis decir eso de mí, que no soy más que un tallo tosco y muy
feo.
Entonces los cardillos contestaron aquello de:
-Tú no eres
feo. -Y terminaron con el consabido:-
TU ERES COMO NOSOTROS.
La conmoción que le produjeron aquellas palabras
hicieron que el tallo recuperase bruscamente la plenitud de los sentidos. Y de
la conmoción pasó inmediatamente al estremecimiento al comprobar que los cinco
cardos con los que había mantenido aquella conversación eran las flores de
cinco vástagos que nacían, de manera escalonada, de él mismo, que eran alimentadas
por las mismas raíces que él; que aquellos cardos, en definitiva, eran sus
hermanos. A la vez comenzó a sentir un cosquilleo en su parte superior,
producido por dos abejas que pululaban entre sus melíferos pétalos en busca del
néctar con que producir su miel. Sin darse cuenta, Tosco se había convertido en
un hermoso cardo borriquero con el que ninguna otra flor podría competir ni en
altura ni en belleza ni en ninguna otra propiedad.
Los acontecimientos que vinieron a resultas de
aquella conversación cambiaron la actitud de Tosco, que decidió volver a la
plenitud de la vida sensitiva y asumir, además, las responsabilidades que le
incumbían por ser la flor más hermosa de su paraje. Pero el liderazgo a que le
obligaba su nueva situación lo ejerció con la misma mesura y naturalidad que
había llevado su vida anteriormente, cuando no era más que un tallo aborrecible,
carente de todo atractivo.
Pasaron las semanas y el verano ya estaba en
puertas. El calor empezaba a hacer estragos entre la plantación primaveral. A
Tosco ya se le había dorado completamente el tallo; y los sépalos, también
dorados, sostenían firmemente la venerable moña de pelusa blanca en que se
habían transformado sus distinguidos pétalos. El fin de sus días estaba próximo
y todas las flores estaban pendientes de su salud. Por animarle se
dedicaron a ensalzar sus virtudes y la ejemplaridad que siempre observó en el trato
con los demás. Quisieron saber por qué,
siendo la más bella y excelsa flor y teniendo el imperio que la jerarquía de las
flores le había otorgado sobre todas las plantas del lugar, siempre se
distinguió por la discreción con que llevó su superioridad y el respeto e
interés que siempre mostró en su relación con cuantos trataba.
Sabiendo que sus palabras iban a poner fin a una
vida de fábula, la suya propia, Tosco meditó su respuesta. Quería, por
coherencia, que su contestación sonase a la moraleja con que acaban ese tipo de
cuentos. Pasados unos segundos, y con el recuerdo imborrable de Appassionata en
su mente, les dijo:
-La vida me
ha enseñado que la belleza exterior también puede convertirse en un atributo de
nuestro ser, pero sólo si somos conscientes del uso que debemos hacer de ella. Debéis
administrar vuestros dones no como si se tratara de un regalo desinteresado de
la naturaleza, sino como un préstamo que ésta os hiciera y de cuyo estado debieseis
responder el día que tuvieseis que devolverlo. Tened esto presente y seréis
felices y haréis felices a cuantos os rodean como yo, al menos, lo he intentado.
A Sara, mi patito feo, mi ratita presumida.
Iexus tambien tu tienes mucho de Tosco vas por la vida sin hacer ruido y ofreciendo todo lo que tienes ( que no es poco ) a los demas, tus relatos, tus ideas fantasticas , tus fotos, todo lo haces nuestro y siempre nos enriqueces y por eso yo hoy quiero darte las gracias por muchas cosas tuyas con las que yo me he sentido bien o me han ayudado a reflexionar o he sentido emociones por eso para mi eres mi genio particular. Gracias por todo y más
ResponderEliminarChache, precioso cuento y mejor reflexión aún. Me ha enganchado desde el primer renglón porque creo que todos alguna vez nos hemos sentido un poco Toscos y otras veces un poco Appasionatta, depende del momento y las circunstancias. La madurez nos hace que no aspiremos a ser ni uno ni otro.
ResponderEliminarSi tu intención era hacernos felices, créeme que una vez más lo has conseguido. Nos estás malcriando.
Gracias por ser siempre tan auténtico. No dejas de sorprenderme.
Un beso.
Ahhh... por supuesto, comparto.
ResponderEliminarMaribel, Sara, decía Anquela, entrenador de fútbol al que el año pasado le fueron muy bien las cosas con el Alcorcón, que puedes defenderte de una crítica, pero que los halagos te dejan indefenso. Así me siento yo.
ResponderEliminarValoraciones aparte, el relato es fruto de mis salidas a correr o con la bici por la Campiñuela y la sierra, y con él he pretendido dos cosas, a parte de transmitir la historia que contiene: primero, pasármelo bien escribiéndolo (como me lo he pasado); y segundo, que le guste a quien lo lea (sino para qué publicarlo, ¿no?).
Gracias por vuestras palabras, no tanto por dejarme indefenso como por entrar a comentar el contenido del relato.
Y gracias por mantener vuestra capacidad de asombro abierta de par en par.
Eres un genio mi yoquesécasisuegroovetetuasabé. No tengo mucho mas que decir, artista!
ResponderEliminarGracias. Sé que lo dices con un yoquesé de cariño que me llega al alma.
EliminarNo salio mi comentario!
ResponderEliminarBueno, estas cosas "solo" marcan la diferencia.
Este circulo al que pertenecemos (bendita la suerte) come de emociones, respira de sentimientos y se viste con lealtad. Y estas muestras y remuestras de lo que no solo nos queremos sino que nos necesitamos como un perro a su dueño son ls flores, cardos o amapolas que nacen de todo lo que sembramos juntos.
Gracias por las palabras y por todo lo que hay detras de ellas.
Papá una flor sin agua no podria florecer, tu eres lluvia.
Estoy muy de acuerdo en que papá es una lluvia menuda,casi imperceptible,y que a la vez va calando hasta los huesos,dado su capacidad de pasar desapercibido y a la vez constante,pero tú hija te has convertido en la más bella flor del jardín,os quiero mucho
ResponderEliminarPues mañana no olvidaros de coger los paraguas, no os vaya a pillar un chaparrón; porque por la tarde tengo que salir.
ResponderEliminarGracias por lo que decís y por "todo lo que hay detrás".
Aun solo soy el tallo de la flor que algun dia espero llegar a ser. Mientras eso llega necesitare vuestra lluvia a diario.
ResponderEliminarVaya ahora una cursilada: Crecerás en esplendor pero, créeme, ya eres la flor que estábamos esperando que fueses.
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