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jueves, 15 de marzo de 2012

El aura del cinéfilo


El día que ahora acaba nos ha dejado una efemérides especial: hace cuarenta años que se estrenó “El Padrino”, de Francis Ford Coppola. Por este motivo desclasifico hoy otra página de mi diario que, aunque hable de cine, entiendo que tiene muchos elementos que le confieren un carácter íntimo propio de un diario personal.
Mi viejo diario, Cuando con la edad crece la intensidad del deseo de recuperar aquello de sí mismo que, de manera injustificable o negligente, uno con el tiempo fue dejando de ser, recuerda las explicaciones de un arquitecto que tuvo a su cargo la conservación de la Mezquita de Córdoba. El objetivo de una restauración no estriba en eliminar del monumento la huella del paso del tiempo; más bien al contrario, la restauración bien entendida debe dejar constancia de las actuaciones llevadas a cabo, sin que por ello deje de ponerse especial cuidado en que el resultado final vuelva a ser el propio monumento, aunque varias décadas o siglos después de su construcción. La Mezquita –apostrofaba este nombre- no se construyó hace doce siglos, sino durante los últimos doce siglos de la historia de la ciudad.
Ese mismo criterio arquitectónico debe aplicarse uno cuando se decida a restaurar en la medida de lo posible la ruina en que, por efecto del tiempo, se va convirtiendo la morada interior de nuestro ser. No busca uno la recuperación del pasado, sino una reconstrucción –que quizás si tenga algo de reencuentro- consecuente con el tiempo transcurrido. Porque no le mueve a uno la nostalgia; porque no se trata de revivir sensaciones antiguas tal como llenaron de sentido un día nuestra vida, esto es impensable, sino de sentir sensaciones, en las que quizás uno llegue a identificar las de entonces, pero incuestionablemente nuevas o transformadas.
El cine fue una experiencia intensa de mi juventud. Yo era cinéfilo. Luego se dieron circunstancias en mi vida que me llevaron a perder la costumbre de ir al cine; a la vez que la industria cinematográfica comenzó un proceso profundísimo de transformación que relegó al Séptimo Arte a un mero producto comercial. Películas como “La Soledad”, de Jaime Rosales, son hoy una grata rareza.
La Filmoteca de Andalucía (con su sede en Córdoba hasta que alguna lumbrera decida llevársela a otro lugar o a ninguna parte) me ayuda en mi proceso de restauración personal, brindándome la oportunidad, no ya de ver el cine que me gusta, sino, sobre todo, el de recuperar sensaciones que no siento cuando asisto a cualquiera de los multicines de mi ciudad.
Hace un par de años asistí allí a la proyección de una película que me dejó totalmente subyugado: “La vida de los otros”, de Florian Henckel von Donnersmarck.
Al final, a medida que en la pantalla se sucedían los títulos de crédito, resistiéndome a levantarme de la butaca, a abandonar la sala, me fue abordando una sensación intensa, conocida y pretérita que me otorgó un momento de franca plenitud. Y que me permitió constatar que para nada, como yo llevaba mucho tiempo creyendo, se trataba de una sensación que había magnificado en la memoria. Me recreaba en la escena clave de la película, cuando el protagonista, tras tener en sus manos durante un momento el libreto de “Sonata para un buen hombre”, se acerca al piano y toca la Appasionatta, de Beethoven, y dice:
-Siempre recuerdo las palabras de Lenin sobre la Appasionatta: "Si sigo escuchándola no acabaré la Revolución". ¿Puede un hombre escuchar esta música, escucharla de verdad, y seguir siendo malo?
Cuando regresé a casa, busqué entre mis papeles algo que escribí hace unos años sobre mi afición al cine, y que me apetecía releer esa noche. Algo que en el 40 aniversario del estreno de “El Padrino” me lleva ahora a transcribir en tus páginas.
Era esto:
Hoy he vuelto a sentir nostalgia del cine...
Con inusitada intensidad.
Han sido muchos años de abandono, no de olvido, porque no pueden caer en el olvido los sucesos que han presidido alguna época de nuestra vida, como es en mi caso el del cine.
La cosa no era simplemente ir a ver una película, ir a ver una obra cinematográfica.
Se trataba del acto de ir al cine.
Un cúmulo de impresiones que fuimos conociendo tanto asistiendo a las mejores obras de la historia como leyendo a Françoise Truffaut.
Ir al cine era sobre todo deleitarse con la historia que te contaba la pantalla, y la manera.
Pero también era la atmósfera que se creaba en los vestíbulos y las salas de proyección de ciertos cines en los momentos previos al inicio del pase de la película; las conversaciones quedas de los espectadores; una ojeada a un folleto, al diario; la decoración de la sala, la pantalla blanca, el aroma a ambientador perfumado.
¡Y tomar asiento en tu butaca!
Pero había otra impresión tan sugestiva como éstas: volver a la calle.
Salíamos a una noche fría que no reconocíamos, una noche suficientemente iluminada por los altos báculos de una calle céntrica, por los luminosos comerciales, por los vehículos que circulaban por la calzada, y, quizás, por los reflejos de la humedad dejada por un aguacero caído momentos antes de acabar la función, del que no habíamos tenido conocimiento.
Bajo el porche del cine, nos encogíamos de hombros, como para apurar los últimos efectos de la calefacción del local que conservaban nuestras ropas, y nos introducíamos en cualquiera de las corrientes humanas que surcaban presurosas los cauces urbanos de una ciudad importante.
Te sentías urbanita, como los demás, pero durante un lapso más o menos prolongado en ti se iba a dar una diferencia notable.
Porque a ti te cubría el aura, tan enigmática como enriquecedora, que sólo cubre a quienes, durante noventa minutos aproximadamente, han tenido la fortuna de formar parte del público, a quienes han tenido la fortuna de pasar la tarde asistiendo a la proyección de una obra maestra del cine.
Después volví a guardar el texto y colgué, como buenamente pude, un enlace al primer movimiento de La Appasionatta en mi perfil.
Ya te contaré otra vez...



6 comentarios:

  1. admiro la capacidad de poder describir las sensaciones ya que yo soy incapaz de hacerlo. Aunque por desgracia frecuento poco el cine es cierto que todos los detalles tienen su importancia y esa sensacion especial que tienes cuando sales de ver una buena pelicula.
    Ehorabuena

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    1. Tú también viviste una época en la que el cine era otra cosa. Y tanto si fuiste mucho o poco al cine, estoy seguro de que en muchas ocasiones lo hiciste igual que yo: dejándote llevar por el criterio cinematográfico de nuestro hermano Ramiro, que de cine sabía tanto como de muchas otras cosas en la vida. Sí, creo que él me enseñó a ir al cine.

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  2. Se de quien mi aficion al cine, y a escribir (no a tu nivel pero escribir al fin y al cabo). Con un padre tan "esquisito" no podia yo salir fan de camela... Un gran texto.

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    1. Gracias, Sara, estas aficiones tuyas mantienen vivas las mías. No exagero.

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  3. Jeje, esto me lo mandaste hace años, cuando manteníamos relación epistolar. Además con dibujo de Chaplin incluido. me gustó mucho entonces, y también ahora. Besitos.

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    1. Es verdad!, lo había olvidado. ¿Tánto hace ya que lo escribí? Que gustazo aquella relación epistolar. Aparte del "Espero que al recibo de la presente os encontréis bien, nosotros bien gracias a Dios", creo que el método que establecimos consistía en que uno exponía un tema libremente y quien recibía carta contestaba a ese tema y exponía otro nuevo. Y así en bucle, siguiendo un método que ya habíamos seguido Luije y yo, tiempo antes, con un resultado magnífico. Era frecuente que de aquellas cartas saliesen algunas páginas de mi diario y algún relato que escribí por entonces; y que mi diario fuese la inspiración de alguna carta. Por cierto, ¿conservas el dibujo? Si es así escanéalo y mándamelo, por favor. Como dibujante, yo no valía un pimiento, pero me gustaría usar el dibujo para ilustrar el próximo artículo que trate de cine, para ponerlo en mi feisbu, no sé... para algo así.

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